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A ciegas



Un día como cualquier otro, un hombre pierde la vista. Repentinamente, sin explicación, se sume en una “luminosidad total”, en una ceguera blanca similar a “una niebla espesa, a estar sumergido en un mar de leche”. Tras el primer caso, la epidemia de ceguera comienza a extenderse por toda la ciudad, para ir propagándose, finalmente, por todo el país. Los ciegos son encerrados en un antiguo manicomio, aislados, fuera de todo contacto humano, abandonados a su suerte, sin ayuda ni apenas alimento. A medida que se acostumbran a su nueva condición, los ciegos deben aprender a organizarse y convivir entre ellos, iniciándose una lucha por la supervivencia de la que no todo el mundo saldrá bien parado.

El Premio Nobel de Literatura José Saramago publicó una de sus mejores y más famosas novelas, Ensayo sobre la ceguera, en 1995 y desde entonces han sido muchos los intentos de llevar a la gran pantalla esta original historia sobre la necesidad de aprender a mirarnos, a nosotros mismos y a los demás. A pesar de los continuos rechazos del escritor portugués, “no era cuestión de soberbia, simplemente no tenía la certeza, ni siquiera la esperanza de que el libro fuese tratado con respeto por aquellos parajes, a Hollywood me refiero, que es de donde vienen las ofertas más suculentas”, éste se dejó finalmente convencer por el proyecto que terminaría dirigido Fernando Meirelles, autor de las reconocidas Ciudad de Dios y El jardinero fiel, quién ya había intentado comprar los derechos de la obra 12 años atrás.

En estos tiempos, en los que la falta de imaginación y la escasez de ideas son cada día más evidentes, el curioso y particular universo de José Saramago se convierte en todo un caramelo para el cine, un estupendo material, mezcla de ciencia ficción, reflexiones filosóficas y realismo mágico, temáticamente interesante pero formalmente muy denso, que Meirelles ha logrado sintetizar hábilmente, traduciendo a lenguaje cinematográfico la prosa analítica del escritor portugués hasta conseguir que el origen literario de A ciegas se convierta en un beneficio y no en un lastre para la película.

A pesar de tratarse de una historia sobre la pérdida de la visión, la película obliga al espectador a abrir bien los ojos y reflexionar sobre infinidad de preguntas que, en la mayoría de los casos, no tienen una respuesta clara. La representación de la ceguera, que es mostrada de una manera casi mágica, evitando así dar un argumento científico a su existencia, requería de un tratamiento de las imágenes muy concreto, la mano de un creador capaz de representar visualmente algo tan poco tangible como la pérdida de la visión. Fernando Meirelles, respetado director brasileño que deslumbró al mundo entero con la particular estética de Ciudad de Dios, quiso crear una película “opresivamente luminosa”, que consiguiese apelar a los sentidos del espectador, privilegiando no sólo la vista (imágenes desenfocadas, continuos fundidos en blanco…) sino también el oído, destacando su banda sonora y la utilización de sonidos e instrumentos poco comunes para trasladar al espectador a un lugar tan desconocido para la mayoría de nosotros como es la no percepción de los objetos.

Con un reparto internacional, lo suficientemente variado como para simbolizar una especie de microcosmos de la sociedad actual en el que todos estén representados y que incluye a actores estadounidenses, canadienses, mexicanos, brasileños o japoneses entre otros, A ciegas está protagonizada por Julianne Moore, Mark Ruffalo, Danny Glover, Alice Braga y Gael García Bernal. Filmada en Sao Paolo, Toronto y Montevideo, la película inauguró el Festival Internacional de Cine de Cannes 2008 y participó en la Sección Oficial del Festival Internacional de Sitges 2008, con críticas muy dispares dependiendo de su procedencia a uno u otro lado del Atlántico, siendo mucho más favorables en Europa que en Estados Unidos.

A ciegas, discutible traducción del original Blindness, es, en palabras de su propio director, “una alegoría sobre la fragilidad de la civilización”, una historia original e inquietante sobre la incapacidad de los seres humanos para vivir juntos y conocernos unos a otros, mirarnos y ser capaz de vernos de verdad. Esta historia, con infinidad de posibles lecturas, políticas, sociales, religiosas, etc. todas ellas válidas, ha sido tachada en numerosas ocasiones de ser demasiado dura y pesimista, al poner de manifiesto la salvaje lucha por la supervivencia en la que los más básicos y bajos instintos del ser humano salen a relucir, llevándole a los extremos más miserables y en la que los estamentos de poder que nosotros mismos creamos parecen dividirnos siempre en explotados y explotadores, en víctimas y supervivientes.

A ciegas, más realista que pesimista, no se olvida de mostrar también el otro lado del ser humano, de indicarnos que allí donde alguien intenta aprovecharse de la situación, hay también otro dispuesto a ayudar, que cada persona responde ante una misma situación de manera diferente, conforme a su forma de ser y sus circunstancias vitales. La lucha por la supervivencia se convierte así en una parábola de la sociedad actual, una historia sobre personas que no están ciegas, sino que son ciegas, “creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven” y en la que la ceguera no es sólo la pérdida de la visión, sino también de la racionalidad, de aquello que nos hace humanos, una especie de castigo que requiere un aprendizaje por parte de todos nosotros “si alguna vez vuelvo a ver, miraré verdaderamente a los ojos de los demás, como si estuviera viéndoles el alma”. Una oportunidad de volver a empezar para aquellos que han conseguido sobrevivir al infierno que nosotros mismos hemos creado. Una historia, al fin y al cabo, de esperanza y redención. Porque lo único que puede salvarnos somos nosotros mismos.

Por Rosa Cabrera Diez, corresponsal en España.
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