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El nuevo cine Chileno

El cine chileno es un cine con cicatrices, es un cine con exilio, es un cine con transición y ahora es un nuevo cine lleno de aspiraciones y metas internacionales.

Cuesta pensar que por más de 15 años en un pequeño país los grandes creadores eran asesinados o en el mejor de los casos exiliados. Cuesta pensar que por más de 15 años en un país las expresiones artísticas eran prohibidas, cuesta pensar que por más de 15 años en un país, su cine, tenia que realizarse en el extranjero. Pero, no hay que pensar tanto porque este país existe. Está ubicado al sur del mundo, entre una blanca cadena montañosa y un Océano Pacífico que poco tiene de “pacífico”. Su nombre es CHILE. Si en la década de los 90 las narraciones cinematográficas eran de corte social, de corazones heridos, de libertad y rencor, es porque estaban muy latentes aún los efectos de una dictadura militar (1973-90) que no dejaba sonreír. El mejor ejemplo de esto, es una película llamada "La Frontera", una oda a la libertad y al rencor poético, dirigida por el director chileno Ricardo Larrain y premiada en 1992 en el importante Festival de Berlín. Pero un país cambia, madura, evoluciona, y es aquí donde se escribe una nueva historia, un nuevo guión cinematográfico, que da nacimiento al NUEVO CINE CHILENO.

Con la llegada del nuevo siglo, desde el mismo año 2000, crece un nuevo semillero de cineastas, ayudados por las escuelas de cine que han florecido en el país como el mejor de los jazmines. Estas escuelas se han dedicado a formar jóvenes democratizados... con nuevas temáticas, nueva estética y recursos narrativos. Por ello, ya no se cuentan grandes historias con personajes épicos como protagonistas, pues lo que importa son las historias sencillas, aquéllas que pueden ocurrir a cualquier persona. Son esas narraciones que uno puede escuchar en la sala de espera de una consulta medica, en la locomoción colectiva, o -porque no- en un confesionario… Estas nuevas historias se alejan de los mensajes ideológicos, no se enriquecen con ningún tipo de lucha social o una manipulación política (como ocurría en los años 70 y más cercano aun en los 90) plagada de submensajes.
Contar la historia de una pareja de desconocidos en una habitación de un motel (como en “La cama”, dirigida por Matías Bize) o un fin de semana en la casa de veraneo (como en “La sagrada familia”, dirigida por Sebastián Campos) son aquéllas películas que se han abierto un camino en la internacionalización del cine nacional, las que han permitido una suerte de resurrección del cine chileno.> Y, lo más importante de este renovado esfuerzo, es que son estas películas las que ganan importantes festivales en Europa, América Latina y en otras regiones del mundo. También hay que mencionar en esta alentadora fase al “otro” cine chileno, como el representado en “Kiltro” –la primera película de artes marciales, realizada en Chile- y en otros filmes nacionales que forman parte de un “estilo holywoodense a la chilena”, pero que se logran filmar sin grandes presupuestos. Pero, lamentablemente el nuevo cine chileno no llena salas de cine comerciales, pues estas películas no están entre las más vistas del año en el mercado nacional. Solo se dirigen a un publico selectivo, especializado, a un publico cinéfilo. Aun en Chile se quieren ver automóviles volando, seres mitológicos, finales felices.
¿Cómo se puede luchar contra este mercado de fantasía?, es la interrogante que vuela de boca en boca entre los cinéfilos y entre los jóvenes cineastas de esta era democrática.
La respuesta es sencilla: es de necesidad urgente ampliar la presencia chilena en los festivales internacionales y conseguir co-producciones para abrir más las puertas hacia el exterior y volver con gloria a un país que parece esperar siempre el éxito en el extranjero antes de hacer justicia en casa a los creadores nacionales. Así se ampliarán las posibilidades comerciales y los jóvenes directores no se verán obligados a contar historias financiadas con “lo que tengo en el bolsillo del pantalón”, con un “presupuesto cero”. Ya no se “aspirará” más a esta idea soñadora de hacer cine sin dinero.
“Cuanto presupuesto tengo es como lo hago”, afirman estos empeñosos cineastas chilenos que no dejan de soñar aún con festivales y con guiones apoados con presupuestos adecuados. Esto enriquece todo, esencialmente la creatividad, pues los jóvenes cinastas tienen muchos guiones pensados que no pueden llevar al papel ni menos poner frente a las cámaras debido a la ausencia de financiamiento. Ahora, impulsados con las ambiciones de este “nuevo cine”, las nuevas generaciones de cineastas chilenos están con lápiz y papel en mano, escribiendo nuevos guiones y sintiéndote desde ya como los menores narradores del mundo. Soñando en un próximo estreno en las salas de cine de Chile y del mundo.
Lo mejor de esta nueva tendencia, de este nuevo viñedo cinematográfico, es que tiene distintas cepas, pero lo mejor y lo más importante, que es de exportación.

Carlos Bermúdez G.

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